Si el ser humano ha logrado sobrevivir a lo largo de la evolución es porque dispone de mecanismos sofisticados que detectan el peligro de manera inmediata y preparan al organismo para actuar con urgencia, aumentando así sus posibilidades de supervivencia.
De hecho, esto ha llevado a que nuestro sistema nervioso reaccione de forma más rápida e intensa ante estímulos negativos que ante los positivos, en algunos casos de manera desproporcionada, como ocurre en los trastornos de ansiedad. Esto se debe a que las consecuencias de no reaccionar a tiempo ante un peligro real (como una serpiente, una comida en mal estado o el sonido de un tren acercándose) pueden ser letales, mientras que responder tarde a estímulos placenteros (como un gato ronroneando, un pastel de chocolate o una canción de cuna) no tiene consecuencias graves.
Para comprender cómo el cerebro gestiona el miedo, analicemos dos situaciones:
Ejemplo 1: Una falsa amenaza
Nuestro personaje imaginario, P., asiste por primera vez a una película en 3D. Se encuentra cómodamente sentado en su butaca cuando, de repente, aparece un león en la pantalla que da un salto hacia adelante. Gracias a la tecnología 3D, parece que el león se sale de la pantalla, rugiendo con los dientes afilados a la vista.
Al instante, P. nota cómo su corazón da un vuelco, sus músculos se contraen y da un respingo en la butaca, casi dejando escapar un grito. Sin embargo, menos de un segundo después, su cuerpo se relaja y su mente procesa la situación: “Es solo una película en 3D. Qué pasada esto de las tres dimensiones.”
Ejemplo 2: Un peligro real
Ahora imaginemos otra escena. P. está de safari en Kenia, durmiendo en una tienda de campaña en medio de la sabana. En plena noche, siente la necesidad de ir al baño, que está a unos 50 metros de distancia. No le agrada la idea de salir en la oscuridad, pero no tiene más remedio.
Al caminar con cautela, escucha un ruido a su derecha y, al mirar, distingue lo que parece ser un león observándolo entre unos matorrales. Inmediatamente, su corazón se acelera, comienza a sudar y todos sus músculos se tensan. Sin pensarlo, echa a correr de vuelta a la tienda, sin mirar atrás.
¿Qué ha ocurrido en el cerebro de P. en ambas situaciones?
A nivel neurobiológico, en ambos casos se activaron mecanismos similares, aunque con desenlaces distintos.
1. El papel de la amígdala en la detección del peligro
La información que perciben nuestros sentidos del entorno se dirige, entre otras estructuras, a la amígdala, una pequeña agrupación de neuronas con forma de almendra situada en la profundidad del lóbulo temporal. Esta estructura juega un papel crucial en el procesamiento de emociones como el miedo.
Antes incluso de que P. sea consciente de lo que ha visto, la amígdala ya ha detectado el posible peligro y activa las señales de alarma. En ese momento, envía impulsos hacia:
• El hipotálamo, que regula la liberación de hormonas para activar la respuesta de lucha o huida.
• El tronco encefálico, donde estructuras como la sustancia gris periacueductal desencadenan respuestas fisiológicas:
• Aumento del ritmo cardíaco y respiratorio.
• Dilatación de los bronquios y las pupilas.
• Tensión muscular y activación del sistema de alerta.
En ambos escenarios, el cuerpo de P. se prepara para reaccionar ante el peligro.
2. El papel de la corteza prefrontal en la regulación del miedo
Nuestro sistema de detección de amenazas está diseñado para sobreactivarse ante la mínima sospecha de peligro. Por eso, es necesario un mecanismo que regule estas respuestas y permita distinguir cuándo la alarma está justificada y cuándo no.
Aquí entra en juego la corteza prefrontal medial, que pone en contexto la información sensorial percibida como potencialmente peligrosa y media con la amígdala para que la respuesta sea adaptativa.
En otras palabras, esta región del cerebro ayuda a responder preguntas como:
• ¿He visto realmente un león o solo me lo ha parecido?
• ¿Es un león real o una imagen en una pantalla de cine?
• ¿Qué probabilidades hay de encontrar un león en la sabana… y en un cine?
• ¿El león representa un peligro inmediato o no?
En función de esta evaluación, la corteza prefrontal decide si mantiene la activación del miedo o la desactiva. En el cine, tras procesar la información, la amígdala recibe la orden de calmar la respuesta de alerta: “Falsa alarma. No hay peligro. Solo es una película en 3D.”
En cambio, en la sabana, la información contextual confirma la amenaza: “Sí, es un león real. Peligro de muerte inminente. Hay que correr.”
La vía del miedo y su implicación en los trastornos de ansiedad
El modelo de interacción entre la amígdala y la corteza prefrontal es clave para comprender el control de las emociones.
Se ha planteado que en algunos trastornos de ansiedad, como el trastorno de ansiedad generalizada, puede existir una disfunción en estos circuitos. En estos casos, la amígdala puede activarse ante estímulos cotidianos inofensivos, mientras que la corteza prefrontal no logra calmar la respuesta de miedo de manera efectiva. Esto explicaría por qué las personas con ansiedad experimentan preocupaciones excesivas y reacciones desproporcionadas ante situaciones que, en condiciones normales, no deberían generar tanta angustia.
Conclusiones.
El miedo es un mecanismo de supervivencia fundamental, pero para que sea adaptativo debe existir un equilibrio entre la detección del peligro y su regulación adecuada. Cuando este equilibrio se altera, como ocurre en los trastornos de ansiedad, el miedo deja de ser una herramienta útil y se convierte en una fuente constante de sufrimiento.
En futuras entradas exploraremos con más detalle cómo la alteración de estos circuitos puede influir en diferentes patologías psiquiátricas y qué estrategias pueden ayudar a regular la respuesta al miedo de manera más efectiva.