La prescripción de psicofármacos debería ser un acto quirúrgico, no un reflejo automático ni una ocurrencia improvisada. La psiquiatría contemporánea dispone de herramientas eficaces para modular síntomas, y estabilizar el estado de ánimo. Pero en ningún caso estos fármacos deben utilizarse como única respuesta a la complejidad de la experiencia humana ni administrarse sin una lógica rigurosa que justifique su necesidad.
Más allá de la simplificación: ¿cuándo un psicofármaco es necesario?
En la práctica clínica, el desafío no es tanto decidir si recetar un psicofármaco, sino cuándo hacerlo y bajo qué criterios. Un uso racional implica una evaluación cuidadosa de varios factores:
• Grado de disfunción: No se trata solo de “sentirse mal”, sino de medir el impacto en la vida cotidiana. Un estado ansioso que interfiere con el sueño, el trabajo o la interacción social no es una molestia menor, sino una disrupción funcional que merece tratamiento.
• Persistencia y evolución del cuadro: El malestar transitorio forma parte de la existencia, pero cuando el sufrimiento se instala y no remite con medidas convencionales, la intervención farmacológica se vuelve una opción legítima.
• Historial clínico y respuesta previa: En pacientes con antecedentes de episodios depresivos severos o con recaídas tras la retirada de un tratamiento, la continuidad o reinstauración del fármaco no es solo recomendable, sino preventiva.
El error frecuente es pensar en los psicofármacos como un recurso de todo o nada: ni deben ser evitados de manera dogmática ni recetados con la ligereza con la que se indicaría un analgésico para un dolor de cabeza pasajero.
Errores comunes en la prescripción y desprescripción
Un uso racional implica evitar dos extremos: la medicalización innecesaria y la infratratación de cuadros que requieren intervención. Algunos de los errores más habituales incluyen:
• Iniciar tratamiento sin diagnóstico claro. La ansiedad ocasional o el malestar emocional no siempre son patológicos. Convertir cada emoción desagradable en una indicación médica distorsiona la práctica clínica.
• Uso de dosis insuficientes o excesivas. La psiquiatría no es una cuestión de más o menos miligramos, sino de encontrar el punto exacto donde el fármaco aporta beneficio sin sobrecargar el sistema con efectos secundarios innecesarios.
• Interrupción prematura del tratamiento. Retirar un antidepresivo antes del tiempo recomendado suele conducir a recaídas que podrían haberse evitado.
• Prolongación indefinida sin evaluación periódica. Un fármaco puede haber sido útil en un momento determinado, pero ¿sigue siéndolo dos años después? La revisión constante es parte esencial del tratamiento.
• Uso crónico de benzodiacepinas sin estrategia de retirada. No es raro encontrar pacientes que llevan años tomando ansiolíticos sin una justificación clara más allá de la inercia terapéutica.
Uso racional significa respeto por la individualidad
El buen criterio en la prescripción no es solo un ejercicio de prudencia, sino de precisión. La psiquiatría moderna no debería reducirse a un recetario automático ni a una postura reactiva que demoniza la farmacología. Cada indicación, cada ajuste y cada retirada deben ser decisiones calibradas, basadas en la singularidad del paciente y no en fórmulas prefabricadas.
Un tratamiento bien diseñado no solo contempla el momento en que se inicia un fármaco, sino también las condiciones en las que, llegado el momento, deberá retirarse. Porque la mejor psiquiatría no es la que más prescribe, sino la que mejor distingue entre lo necesario y lo superfluo.